miércoles, 28 de enero de 2009

250.000 Niños Soldado

Sesenta países piden actuar contra el drama de 250.000 niños soldado

Una conferencia reúne en París por primera vez a todos los estamentos implicados en el problema
Francia califica de "crimen contra la humanidad" el reclutamiento forzoso de menores en conflictos
"Disparar como beber"

Todos los estamentos implicados en el grave problema de los niños soldado se reunieron ayer en París por primera vez para luchar contra el reclutamiento de menores, que alcanza a 250.000 muchachos en todo el mundo. Gobiernos de 60 países, oenegés, organizaciones para el desarrollo, cooperantes y representantes de fuerzas de mantenimiento de la paz adoptarán hoy los principios de París para combatir el fenómeno.

La conferencia tiene tres objetivos: luchar contra el reclutamiento de menores, liberar a los niños soldado y conseguir su reinserción. Patrocinada por Francia y por el Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), fue abierta por el ministro de Asuntos Exteriores francés, Philippe Douste-Blazy, quien la copreside junto a la directora del Unicef, Ann Veneman. "Nuestra primera responsabilidad hoy, nuestro interés común, es romper este círculo vicioso que continúa alimentando, prácticamente en medio de la indiferencia, el estancamiento y el contagio de los conflictos", dijo Douste-Blazy en la sesión inaugural.

LISTA NEGRA

Aunque la conferencia no tiene por objeto reunir fondos, sino conseguir compromisos políticos, el jefe de la diplomacia francesa anunció una aportación de dos millones de euros y el despliegue de "asistentes técnicos regionales en las zonas más afectadas", como la de los Grandes Lagos de África. Douste- Blazy pidió también que, además de figurar en la lista negra de la ONU, los reclutadores de niños sean perseguidos por el Tribunal Penal Internacional (TPI). La ONU ha elaborado una lista negra de países en los que se utilizan niños soldado en la que figuran Afganistán, Angola, Burundi, Colombia, Costa de Marfil, Liberia, Uganda, la República Democrática del Congo, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Sri Lanka y Timor.

Aunque este "crimen contra la humanidad", como lo define Douste-Blazy, dista mucho de erradicarse, favorecido además porque las armas son cada día más manejables, la comunidad internacional empezó hace 20 años a abordar el problema. Pero fue en 1996 cuando Graça Machel, exministra de Educación de Mozambique y compañera de Nelson Mandela, elaboró un primer informe a raíz de las atrocidades de Liberia y Sierra Leona.

GRAN BRETAÑA INCUMPLE

Al año siguiente, se celebró en Ciudad del Cabo la primera reunión sobre el tema, con asistencia únicamente de oenegés. Diez años después, la conferencia de París, de mayor nivel, trata de actualizar los principios enunciados en Suráfrica, entre ellos que la edad mínima para participar en una guerra sean los 18 años. Algunos países están representados en París a nivel ministerial y otros, como España, por sus embajadores.

La ONU aprobó la edad mínima de 18 años en un protocolo adicional de la Convención de los Derechos del Niño. Precisamente, el pasado domingo, el Gobierno británico reconoció que 15 soldados menores de 18 años --cuatro de ellos chicas-- habían sido enviados a combatir en Irak desde junio del 2003, aunque, según el ministro de Defensa, Adam Ingram, a la "gran mayoría" le faltaba menos de una semana para cumplir la edad mínima o solo permanecieron siete días en el teatro de operaciones. Gran Bretaña violó así el protocolo de la ONU, que firmó en el 2003, aunque es el único país europeo que mantiene el enrolamiento a partir de los 16 años si los padres están de acuerdo.

Desde 1999, la ONU ha votado seis resoluciones sobre el problema y desde el 2002 los estatutos del TPI califican de crimen de guerra la utilización de menores de 15 años en los conflictos. A finales del pasado enero acabó la impunidad al inculpar el TPI al señor de la guerra congoleño Thomas Lubanga por obligar a combatir a menores de 15 años entre el 2002 y el 2003. El expresidente de Liberia Charles Taylor será juzgado también por reclutar niños soldado en el conflicto de Sierra Leona.

"Fue un tiempo en que coger el fusil y disparar sobre alguien se había convertido en algo tan fácil como beber agua", declaró ante la conferencia el exniño soldado de Sierra Leona Ishmael Beah, de 26 años, que empezó a matar cuando tenía 12 años al refugiarse en una base militar tras la muerte de sus padres y sus dos hermanos. Ishmael, que se ha rehabilitado gracias a un programa de desmovilización de ocho meses, criticó los escasos esfuerzos que los países llevan a cabo para acabar con esta lacra. "No hay excusas para la inacción", dijo. "Es fácil convertirse en un niño soldado, es mucho más difícil recuperar la humanidad perdida", advirtió.

Niños soldado

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Moreno Ocampo acusa a Lubanga de reclutar a "cientos de niños" para "matar, saquear y violar"

El Tribunal Penal Internacional (TPI) inicia hoy lunes en La Haya el primer proceso judicial de su historia en el caso contra el líder rebelde congolés Thomas Lubanga Dyilo, al que se acusa de alistar por la fuerza a niños menores de 15 años en sus milicias, un delito estipulado como crimen de guerra por los estatutos de la institución, que se enfrenta a su primera prueba de fuego real desde su fundación en 2002.

LA HAYA, 26 (EUROPA PRESS)

El Tribunal Penal Internacional (TPI) inicia hoy lunes en La Haya el primer proceso judicial de su historia en el caso contra el líder rebelde congolés Thomas Lubanga Dyilo, al que se acusa de alistar por la fuerza a niños menores de 15 años en sus milicias, un delito estipulado como crimen de guerra por los estatutos de la institución, que se enfrenta a su primera prueba de fuego real desde su fundación en 2002.


Lubanga, antiguo líder de la Unión de Patriotas Congoleses (UPC) está acusado de emplear a más de 30.000 niños soldado de etnia Lendu durante el conflicto que estalló de 1998 a 2003 contra el pueblo de los Hema en la región de Ituri; una campaña salpicada de enfrentamientos relacionados con la posesión de las minas y el control de los impuestos en la región congolesa que contó con el apoyo explícito de los gobiernos de Uganda y Ruanda a pesar de las continuas violaciones de la ley humanitaria internacional evidenciadas ante el TPI. Desde 1999, más de 60.000 personas han muerto a causa de este conflicto étnico.

El acusado, de 48 años, fue arrestado en marzo de 2006 y trasladado a la sede del TPI. Un año después, en enero de 2007, la acusación determinó que contaba con las pruebas suficientes para encausar al líder rebelde, quien ha rechazado categóricamente estos cargos desde el primer momento. El inicio del proceso estaba previsto para junio del año pasado, pero se paralizó temporalmente por la incapacidad del tribunal para desclasificar un buen número de pruebas favorables a Lubanga, proporcionadas por fuentes confidenciales. El hecho de que la defensa no contara con la información necesaria para proteger al líder rebelde ponía en peligro la imparcialidad del juicio.

Ante las críticas por la lentitud del procedimiento, el Fiscal General del TPI, el argentino Luis Moreno Ocampo, insiste en que el proceso contra Lubanga terminará "antes de finales de año", porque "se han aprendido las lecciones experimentadas por el Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia (TPIY)".

A pesar de que Lubanga sólo está encausado formalmente ante el TPI por emplear su "autoridad de facto" sobre las "políticas y prácticas" de su grupo a la hora de emplear a niños soldado, la ONG Human Rights Watch (HRW) le señala como máximo responsable de crímenes de violación, tortura y ejecución sistemática de miles de civiles perpetrados por las fuerzas del UPC por toda la región de Ituri, así como de nueve soldados bangladeshíes miembros de las fuerzas de paz presentes en la zona. Varios grupos en defensa de la justicia de género han lamentado especialmente el hecho de que no se acuse a Lubanga como organizador de campañas de abusos sexuales durante ese período.

Con todo, el proceso busca ir mas allá de la figura de Lubanga. De esta manera, también se acusa del mismo cargo contra la dignidad infantil al 'número dos' de Lubanga, Bosco Ntganda, antiguo responsable de operaciones del UPC que ejerce ahora como jefe del Estado Mayor del grupo rebelde Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), organización dirigida por el recientemente detenido líder rebelde Laurent Nkunda, una de las partes en conflicto durante los recientes enfrentamientos en la región congolesa de Kivu Norte que han dejado miles de muertos y más de 370.000 desplazados.

Ntaganda, que opera ahora mismo con absoluta libertad, se ha autoproclamado nuevo líder de los rebeldes congoleses del CNDP tras la detención de Nkunda, y ha sido declarado por organizaciones humanitarias como "parte no viable" en el proceso de paz que actualmente se está desarrollando en la región. HRW acusa a Ntaganda de haber orquestado la matanza de 150 civiles en la región de Kiwanga (Kivu Norte), una de las peores masacres registradas en todo este conflicto.

Hasta ahora, el TPI ha emitido doce órdenes de arresto contra implicados en los conflictos registrados en República Centroafricana, la región sudanesa de Darfur, Uganda y RDC. Hasta el momento han sido arrestados cuatro sospechosos, y se espera que a lo largo de este año se ponga en marcha el juicio contra los líderes rebeldes congoleses Germain Katanga, alias 'Simba', responsable del Frente Patriótico para la Resistencia de Ituri, y el coronel Mathieu Ngudjolo Chui, comandante del Frente Nacional Integracionista; ambos acusados de crímenes contra la Humanidad por su participación en las masacres de Ituri.



VÍCTIMAS

El reclutamiento de niños soldado constituye una de las violaciones más flagrantes de los Derechos Humanos durante los innumerables conflictos que han estallado en África durante los últimos 30 años, en países como Zimbabue, Uganda, Liberia, y RDCongo, donde los jóvenes han sido "transformados en máquinas de matar al servicio de partes combatientes en conflictos que apenas entienden", señaló el último informe del grupo de análisis Institute for War & Peace Reporting (IWPR).

Tras su secuestro, el niño soldado es sometido a un proceso de manipulación psicológica a través del cual se le convence para obedecer órdenes ciegamente. A lo largo de este "tratamiento", los niños se ven sometidos a una enorme presión que suelen reducir mediante el uso de todo tipo de drogas, desde el consumo de analgésicos hasta la inhalación de productos químicos. Es más: según el director para África y Oriente Próximo de la ONG Witness, Bukeni Waruzi, a muchos de los niños se les dice que están protegidos por la brujería, en comentarios recogidos por Reuters.

"Creo que esta (el juicio) es una gran lección por la que los señores de la guerra de RDCongo van aprender que nadie es intocable", comentó. Waruzi trabaja hoy en la reintegración de antiguos niños soldado, muchos de los cuales se muestran favorables al proceso legal del TPI, pero que también dudan de que alguna vez se pueda hacer justicia con su caso. Este escepticismo proviene, según Waruzi, de que llevan toda su vida inmersos en una "cultura de impunidad" donde ningún crimen se castiga.

Para el fiscal Ocampo, el hecho de que se acuse a Lubanga concretamente de este crimen contiene una carga simbólica poderosísima. "Convertir a niños en asesinos es un acto que pone en peligro el futuro de la Humanidad", declaró el abogado, quien manifestó su intención de abordar un proceso judicial "enfocado" donde las víctimas de las matanzas dejarán de ser testigos de excepción.

Por ello, se ha adoptado la decisión sin precedentes por la que se permite que las víctimas del conflicto sean representadas por sus propios abogados, con el apoyo de ONG y grupos de Derechos Humanos que siguen trabajando en Ituri a día de hoy. Para el IWPR, se trata de una iniciativa "digna de elogio", pero subraya las dificultades a nivel organizativo que plantea esta decisión, ya que muchas veces los abogados encuentran difícil mantener el contacto con los afectados.

FRUSTRACIÓN

La lentitud del proceso contra Lubanga ha terminado exasperando incluso a muchos de los jueces participantes en el proceso. "No voy a esconder el hecho de que estoy realmente frustrado, tal y como expresé rotundamente y de manera pública ante el tribunal, por los retrasos en este juicio", declaró el magistrado británico Adrian Fulford, uno de los 18 jueces que componen el cuerpo decisorio del TPI.

"Llevábamos un año de retraso y la pregunta inevitable era '¿Por qué no hemos empezado este caso ya?'", añadió en comentarios ante diplomáticos y periodistas reunidos en La Haya. En este sentido, Ocampo decidió centrarse en el momento actual. "El primer juicio es el primer juicio así que es muy, pero que muy importante demostrar a todos lo bien que funciona el Tribunal Penal Internacional", manifestó.

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miércoles, 21 de enero de 2009

La esperanza frente al miedo

Discurso íntegro en la toma de posesión como Presidente de los EE.UU. de Barack Obama

''La esperanza frente al miedo''

Compatriotas:
Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea a la que nos enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados. Agradezco al presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición.
Ya son 44 los norteamericanos que han hecho el juramento presidencial. Estas palabras han sido pronunciadas durante mareas de prosperidad y aguas tranquilas de paz. Y, sin embargo, a veces el juramento se hace en medio de nubarrones y furiosas tormentas. En estos momentos, Estados Unidos se ha mantenido no solo por la pericia o visión de los altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antecesores y a nuestros documentos fundacionales.
Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de norteamericanos.

Que estamos en medio de una crisis es algo muy asumido. Nuestra nación está en guerra frente a una red de gran alcance de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era.
Se han perdido casas y empleos y se han cerrado empresas. Nuestro sistema de salud es caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados; y cada día que pasa aporta nuevas pruebas de que la manera en que utilizamos la energía refuerza a nuestros adversarios y amenaza a nuestro planeta.
Estos son los indicadores de una crisis, según los datos y las estadísticas. Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y de que la próxima generación debe reducir sus expectativas.

Hoy os digo que los desafíos a los que nos enfrentamos son reales. Son serios y son muchos. No los superaremos fácilmente o en un corto periodo de tiempo. Pero Estados Unidos debe saber que les haremos frente.
Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza frente al miedo, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Hoy hemos venido a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política.
Seguimos siendo una nación joven, pero, según las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar de lado los infantilismos. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de firmeza: de elegir nuestra mejor historia; de llevar hacia adelante ese valioso don, esa noble idea que ha pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena.
Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, somos conscientes de que la grandeza nunca es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarse con menos. No ha sido un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o buscan solo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, han sido los que han asumido riesgos, los que actúan, los que hacen cosas --algunos de ellos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor-- los que nos han llevado hacia adelante por el largo, escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros se llevaron sus pocas posesiones materiales y viajaron a través de los océanos en busca de una nueva vida.
Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y se establecieron en el oeste; soportaron el látigo y araron la dura tierra.
Por nosotros lucharon y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn.

Una y otra vez estos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener llagas en las manos para que pudiéramos tener una vida mejor. Veían a Estados Unidos más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales, más grande que todas las diferencias de origen, riqueza o facción.
Este es el viaje que continuamos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el tiempo del inmovilismo, de la protección de intereses limitados y de aplazar decisiones desagradables, ese tiempo seguramente ha pasado. Desde hoy mismo, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a empezar la tarea de rehacer América.
Porque allí donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía requiere una acción audaz y rápida y actuaremos no solo para crear nuevos empleos, sino para levantar nuevos cimientos para el crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos mantienen unidos.
Pondremos a la ciencia en el lugar donde se merece y aprovecharemos las maravillas de la tecnología para aumentar la calidad de la sanidad y reducir su coste. Utilizaremos el sol, el viento y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y universidades para hacer frente a las necesidades de una nueva era.

Todo esto podemos hacerlo. Y todo esto lo haremos. Algunos cuestionan la amplitud de nuestras ambiciones y sugieren que nuestro sistema no puede tolerar un exceso de grandes planes. Sus memorias son limitadas. Porque han olvidado lo que este país ya ha hecho, lo que hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al interés común y la necesidad a la valentía.
Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado y que los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven.
La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro Gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona, ya sea para ayudar a las familias a encontrar trabajos con un sueldo decente, dar una sanidad que pueden pagar y una jubilación digna. Allí donde la respuesta es sí, seguiremos avanzando y allí donde la respuesta es no, pondremos fin a los programas. Y a los que manejamos el dinero público se nos pedirán cuentas para gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque solo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su Gobierno.

La cuestión para nosotros tampoco es si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene rival, pero esta crisis nos ha recordado a todos que sin vigilancia, el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece solo a los ricos. El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no solo del tamaño del Producto Interior Bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra habilidad de ofrecer oportunidades a todos los que lo deseen, no por una cuestión de caridad, sino porque es la vía más segura hacia el bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha expandido con la sangre de generaciones. Esos ideales aún iluminan el mundo y no renunciaremos a ellos por conveniencia. Y a los otros pueblos y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales al pequeño pueblo donde nació mi padre: sabed que América es la amiga de cada nación y cada hombre, mujer y niño que persigue un futuro de paz y dignidad, y de que estamos listos a asumir el liderazgo una vez más.
Recordad que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no solo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder solo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Sabían, por contra, que nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención.
Somos los guardianes de este patrimonio. Guiados de nuevo por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen aún mayor esfuerzo, incluso mayor cooperación y entendimiento entre las naciones. Comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, a su pueblo, y a forjar una paz ganada con dificultad en Afganistán.
Con viejos amigos y antiguos contrincantes, trabajaremos, sin descanso, para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder el fantasma de un planeta que se calienta. No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni a vacilar en su defensa.
Para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos, desde ahora, que nuestro espíritu es más fuerte y que no se puede romperlo.
No podéis perdurar más que nosotros, y os venceremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multiétnica es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindús, y de no creyentes. Estamos formados por todas las lenguas y culturas, procedentes de cada rincón de esta Tierra; debido a que hemos probado el mal trago de la guerra civil y la segregación, y resurgido más fuertes y más unidos de ese negro capítulo, no podemos evitar creer que los viejos odios se desvanecerán algún día, que las líneas divisorias entre tribus pronto se disolverán; que mientras el mundo se empequeñece, nuestra humanidad común se revelará; y América tiene que desempeñar su papel en el alumbramiento de una nueva era de paz.
Al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino, basado en el interés y el respeto mutuos. A aquellos líderes en distintas partes del mundo que pretenden sembrar el conflicto, o culpar a Occidente de los males de sus sociedades, sepáis que vuestros pueblos os juzgarán por lo que podéis construir, no por lo que destruyáis.
A aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y la represión de la disidencia, tenéis que saber que estáis en el lado equivocado de la Historia; pero os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño.
A los pueblos de las naciones más pobres, nos comprometemos a colaborar con vosotros para que vuestras granjas florezcan y que en ellas fluyan aguas limpias; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y alimentar las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones que, como la nuestra, gozan de relativa abundancia, les decimos que no nos podemos permitir más la indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros tenemos que cambiar con él.
Al contemplar el camino que se abre ante nosotros, recordamos con humilde agradecimiento aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. Tienen algo que decirnos, al igual que los héroes caídos que yacen en (el cementerio nacional de) Arlington susurran desde los tiempos lejanos. Les rendimos homenaje, no solo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino también porque encarnan el espíritu de servicio; la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Sin embargo, en este momento --un momento que definirá una generación-- es precisamente este espíritu el que tiene que instalarse en todos nosotros.

Por mucho que el Gobierno pueda y deba hacer, en última instancia esta nación depende de la fe y la firmeza del pueblo estadounidense. Es la bondad de acoger a un extraño cuando se rompen los diques, la abnegación de los trabajadores que prefieren recortar sus horarios antes que ver a un amigo perder su puesto de trabajo, lo que nos hace superar nuestros momentos más oscuros. Es la valentía del bombero al subir una escalera llena de humo, pero también la voluntad del progenitor de cuidar a un niño, lo que al final decide nuestra suerte.
Nuestros desafíos podrían ser nuevos. Las herramientas con las que los hacemos frente podrían ser nuevas. Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito --el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo-- esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades.
Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación, y el mundo, deberes que no admitimos a regañadientes, sino que acogemos con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada tan gratificante para el espíritu, tan representativo de nuestro carácter que entregarlo todo en una tarea difícil.
Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Esta es la fuente de nuestra confianza - el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto.
Este es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo por lo que hombres y mujeres y niños de todas las razas y de todas las fes pueden unirse en una celebración a lo largo y ancho de esta magnífica explanada, por lo que un hombre a cuyo padre, hace menos de 60 años, no hubieran servido en un restaurante ahora está ante vosotros para prestar el juramento más sagrado.
Así que, señalemos este día haciendo memoria de quiénes somos y de lo largo que ha sido el camino recorrido. En el año del nacimiento de América, en uno de los más fríos meses, una reducida banda de patriotas se juntaban ante las menguantes fogatas en las orillas de un río helado. La capital fue abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en que el desenlace de nuestra revolución estaba más en duda, el padre de nuestra nación mandó que se leyeran al pueblo estas palabras:
"Que se cuente al mundo del futuro... que en las profundidades del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podían sobrevivir... la urbe y el país, alarmados ante la inminencia de un peligro común, salieron a su paso".

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos esas palabras eternas. Con esperanza y virtud, sorteemos nuevamente las corrientes heladas, y aguantemos las tormentas que nos caigan encima. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos a permitir que este viaje terminase, no dimos la vuelta para retroceder, y con la vista puesta en el horizonte y la gracia de Dios encima de nosotros, llevamos aquel gran regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones venideras.
Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.




lunes, 12 de enero de 2009

Los siete años de vergüenza de EEUU

El 11 de enero del 2002 llegaron los primeros 20 detenidos a Guantánamo, la cárcel cuestionada por violar la ley internacional

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK




Eran 20. Sus manos estaban esposadas y, en algunos casos, los grilletes encadenaban sus tobillos. Sus cuerpos iban enfundados en uniformes naranjas; sus cabezas, cubiertas con capuchas. En fila, de uno en uno, entraron en un avión de cargo de las Fuerzas Aéreas de EEUU en el aeropuerto de Kandahar, en Afganistán. Más de 40 policías militares especialmente entrenados los vigilaron durante el vuelo de 27 horas. Había una escala prevista. También, un destino: Guantánamo.
Ayer se cumplieron siete años de la llegada a la base estadounidense en el sureste de Cuba de la primera remesa de hombres acusados de vínculos con Al Qaeda y los talibanes: 2.558 días en que, en nombre de la "guerra contra el terror", se ha retado a la legislación internacional, se han violado derechos humanos, se han hecho inútiles los eufemismos y se ha debilitado la justicia.

La presión hace mella
La presión de los tribunales y de la comunidad internacional acabaron con años sin abogados, sin derechos, sin escrutinio público. Pero la llaga en la reputación de EEUU por esa prisión por la que han pasado casi 800 personas es tal que nada garantiza que la herida deje de sangrar, ni siquiera la promesa de Barack Obama de cerrarla, un compromiso renovado ayer en la cadena ABC, aunque sin certeza de que sea en los cien primeros días de mandato.
"Ni siquiera sé sus nombres", dijo aquel viernes del 2002 el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sugiriendo que no había nada especial en los reos recién trasladados. Pero los calificó ya de "combatientes ilegales", distinguiéndolos de los prisioneros de guerra. Y habló con palabras que chirriaron tanto como las jaulas alambradas que alojaron a los primeros detenidos: "Planeamos tratarlos de una manera que sea razonablemente consistente con la Convención de Ginebra, siempre que sea apropiado".

Debacle moral
Lo que siguió fue una debacle legal y moral que deja un legado muy complicado. Cerrar Guantánamo puede resultar relativamente fácil. Pero más difícil será superar la ley de comisiones militares aprobada por George Bush en el 2006 a la que se ha aferrado la Administración, pese a continuos reveses de otros jueces y hasta del Tribunal Supremo. Y más aún decidir cómo seguir adelante. Y asegurar que los detenidos tengan juicios justos. Y tratar de que quienes sean culpables sean condenados, superando las dificultades de confesiones empañadas por la sombra de la tortura. Y encontrar países que quieran acoger a los que no pueden ser deportados, o incluso estados dentro de EEUU dispuestos a albergar a los presos más peligrosos...
Obama consulta a diario con expertos en la Constitución y su aparato de seguridad nacional para, según dijo ayer, "ayudar a diseñar exactamente qué se debe hacer", en parte para "enviar al mundo un mensaje" de que Washington "se toma en serio" sus propios valores.

Nuevos tribunales
Sobre la mesa, tiene ideas como las del profesor de derecho de Georgetown Neal Katyal, quien logró que el Tribunal Supremo declarara este verano inconstitucionales las comisiones militares y sugiere crear nuevas cortes de seguridad nacional con más protecciones que la justicia militar, pero menos que la ordinaria.
Pero su reto va más allá de Cuba; en otra base militar de EEUU hay ahora 670 reos. El Ejército ha empezado a construir allí una cárcel para "combatientes enemigos ilegales". Son sospechosos. No se respeta su derecho al habeas corpus. Están detenidos indefinidamente. Han sido interrogados con "duras técnicas de interrogatorio". Guantánamo otra vez. En Bagram. Afganistán.

domingo, 11 de enero de 2009

Viaje al corazón de las tinieblas

REPORTAJE: TESTIGO DEL HORROR

Viaje al corazón de las tinieblas

Mario Vargas Llosa visita el Congo, un rico país sumido en la miseria de la guerra y el terror. Hambre, violaciones, asesinatos y corrupción sacuden esta tierra sin ley. Médicos Sin Fronteras y 'El País Semanal' inician con éste una serie de viajes de diferentes escritores para rescatar del olvido a las víctimas de la violencia en el mundo.



I - EL MÉDICO. "El problema número uno del Congo son las violaciones", dice el doctor Tharcisse. "Matan a más mujeres que el cólera, la fiebre amarilla y la malaria. Cada bando, facción, grupo rebelde, incluido el Ejército, donde encuentra una mujer procedente del enemigo, la viola. Mejor dicho, la violan. Dos, cinco, diez, los que sean. Aquí, el sexo no tiene nada que ver con el placer, sólo con el odio. Es una manera de humillar y desmoralizar al adversario. Aunque hay a veces violaciones de niños, el 99% de las víctimas de abuso sexual son mujeres. A los niños prefieren raptarlos para enseñarles a matar. Hay muchos miles de niños soldado por todo el Congo".


Estamos en el hospital de Minova, una aldea en la orilla occidental del lago Kivu, un rincón de gran belleza natural -había nenúfares de flores malvas en la playita en la que desembarcamos- y de indescriptibles horrores humanos. Según el doctor Tharcisse, director del centro, el terror que las violaciones han inoculado en las mujeres explica los desplazamientos frenéticos de poblaciones en todo el Congo oriental. "Apenas oyen un tiro o ven hombres armados salen despavoridas, con sus niños a cuestas, abandonando casas, animales, sembríos". El doctor es experto en el tema, Minova está cercada por campos que albergan decenas de miles de refugiados. "Las violaciones son todavía peor de lo que la palabra sugiere", dice bajando la voz. "A este consultorio llegan a diario mujeres, niñas, violadas con bastones, ramas, cuchillos, bayonetas. El terror colectivo es perfectamente explicable".

Ejemplos recientes. El más notable, una mujer de 87 años, violada por 10 hombres. Ha sobrevivido. Otra, de 69, estuprada por tres militares, tenía en la vagina un pedazo de sable. Lleva dos meses a su cuidado y sus heridas aún no cicatrizan. Casi se le va la voz cuando me cuenta de una chiquilla de 15 años a la que cinco "interahamwe" (milicia hutu que perpetró el genocidio de tutsis en Ruanda, en 1994, y luego huyó al Congo, donde ahora apoya al Ejército del Gobierno del presidente Kabila) raptaron y tuvieron en el bosque cinco meses, de mujer y esclava. Cuando la vieron embarazada la echaron. Ella volvió donde su familia, que la echó también porque no quería que naciera en la casa un "enemigo". Desde entonces vive en un refugio de mujeres y ha rechazado la propuesta de un pariente de matar a su futuro hijo para que así la familia pueda recibirla. La letanía de historias del doctor Tharcisse me produce un vértigo cuando me refiere el caso de una madre y sus dos hijas violadas hace pocos días en la misma aldea por un puñado de milicianos. La niña mayor, de 10 años, murió. La menor, de 5, ha sobrevivido, pero tiene las caderas aplastadas por el peso de sus violadores. El doctor Tharcisse rompe en llanto.

Es un hombre todavía joven, de familia humilde, que se costeó sus estudios de medicina trabajando como ayudante de un pesquero y en una oficina comercial en Kitangani. Lleva dos años sin ver a su familia, que está a miles de kilómetros, en Kinshasa. El hospital, de 50 camas y 8 enfermeras, moderno y bien equipado, recibe medicinas de Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, pero es insuficiente para la abrumadora demanda que tiene al doctor Tharcisse y a sus ayudantes trabajando 12 y hasta 14 horas diarias, 7 días por semana. Fue construido por Cáritas. La Iglesia católica y el Gobierno llegaron a un acuerdo para que formara parte de la Sanidad Pública. No se aceptan polígamos, ni homosexuales, ni se practican abortos. El salario del doctor Tharcisse es de 400 dólares al mes, lo que gana un médico adscrito a la Sanidad Pública. Pero como el Gobierno carece de medios para pagar a sus médicos, la medicina pública se ha discretamente privatizado en el Congo, y los hospitales, consultorios y centros de salud públicos en verdad no lo son, y sus doctores, enfermeros y administradores cobran a los pacientes. De este modo violan la ley, pero si no lo hicieran, se morirían de hambre. Lo mismo ocurre con los profesores, los funcionarios, los policías, los soldados, y, en general, con todos aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, una entelequia que existe en la teoría, no en el mundo real.

Cuando el doctor Tharcisse se repone me explica que, después de las violaciones, la malaria es la causa principal de la mortandad. Muchos desplazados vienen de la altura, donde no hay mosquitos. Cuando bajan a estas tierras, sus organismos, que no han generado anticuerpos, son víctimas de las picaduras, y las fiebres palúdicas los diezman. También el cólera, la fiebre amarilla, las infecciones. "Son organismos débiles, desnutridos, sin defensas". Vivir día y noche en el corazón del horror no ha resecado el corazón de este congoleño. Es sensible, generoso y sufre con el piélago de desesperación que lo rodea. Desde la pequeña explanada de las afueras del hospital divisamos el horizonte de chozas donde se apiñan decenas de miles de refugiados condenados a una muerte lenta. "La medicina que todo el Congo necesita tomar es la tolerancia", murmura. Me estira la mano. No puede perder más tiempo. La lucha contra la barbarie no le da tregua.

II - LOS PIGMEOS. Debo a los pigmeos de Kivu Norte haberme librado de caer en manos de las milicias rebeldes tutsis del general Laurent Nkunda la noche del 25 de octubre de 2008. Yo había llegado el día anterior a Goma, la capital de Kivu Norte, y mis amigos de Médicos Sin Fronteras, gracias a los cuales he podido hacer este viaje, me habían organizado un viaje a Rutshuru (a tres o cuatro horas de esta ciudad) para visitar un hospital construido y administrado por MSF, que presta servicios a una gran concentración de desplazados y víctimas de toda la zona. La víspera de la partida, mi hijo Gonzalo, que trabaja en el ACNUR, me telefoneó desde Nueva York para decirme que sus colegas en el Congo me tenían prevista, para la mañana siguiente, una visita a un campo de pigmeos desplazados en las afueras de Goma. Aplacé un día el viaje a Rutshuru y, por culpa del general Nkunda, que ocupó aquella noche ese lugar, ya no pude hacerlo.

Los pigmeos, pese a ser la más antigua etnia congoleña, son los parientes pobres de todas las demás, discriminados y maltratados por unas y por otras. Fieles al prejuicio tradicional contra el otro, el que es distinto, leyendas y habladurías malevolentes les atribuyen vicios, crueldades, perversiones, como a los gitanos en tantos países de Europa. Por eso, en una sociedad sin ley, corroída por la violencia, las luchas cainitas, las invasiones, la corrupción y las matanzas, los pigmeos son las víctimas de las víctimas, los que más sufren. Basta echarles una mirada para saberlo.

El campo de Hewa Bora (Aire Bello), a una decena de kilómetros de Goma, acaba de formarse. Está en un suelo pedregoso y volcánico, de tierra negra, y parece increíble que en lugar tan inhóspito las 675 personas que han llegado hasta aquí, hace un par de meses, desde Mushaki, huyendo de las milicias de Laurent Nkunda, hayan podido hacer algunos cultivos, de mandioca y arvejas. Nos reciben cantando y bailando a manera de bienvenida: pequeñitos, enclenques, arrugados, cubiertos de harapos, muchos de ellos descalzos, con niños que son puro ojos y huesos y las grandes barrigas que producen los parásitos. Su baile y su canto, tan tristes como sus caras, recuerdan las canciones de los Andes con que se despide a los muertos. Aunque con cierta dificultad, varios de los dirigentes hablan francés. (Es una de las pocas consecuencias positivas de la colonización: una lengua general que permite comunicarse a la gran mayoría de los congoleses, en un país donde los idiomas y dialectos regionales se cuentan por decenas).

Escaparon de Mushaki cuando las milicias rebeldes atacaron la aldea matando a varios vecinos. Piden plásticos, pues las chozas que han levantado -con varillas flexibles de bambú, atadas con lianas, de un metro de altura más o menos, sobre el suelo desnudo y con techos de hojas- se inundan con las lluvias, que acaban de comenzar. Piden medicinas, piden una escuela, piden comida, piden trabajo, piden seguridad, piden -sobre todo- agua. El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman. Las personas que me acompañan, del ACNUR y de Médicos Sin Fronteras, toman notas, piden precisiones, hacen cálculos. Después, conversando con ellos, comprobaré la sensación de impotencia que a veces los embarga. ¿Cómo hacer frente a las necesidades elementales de esta muchedumbre de víctimas? ¿Cuántos más morirán de inanición? La crisis financiera que sacude el planeta ha encogido todavía más los magros recursos con que cuentan.

En el campo de Bulengo, que visito luego del de Hewa Bora, veo las raciones de alimentos, mínimas, que distribuyen a los refugiados. Un voluntario de Unicef me dice, la voz traspasada: "Tal como van las cosas con la crisis, todavía tendremos que disminuirlas". Médicos, enfermeros y ayudantes de las organizaciones humanitarias son gentes jóvenes, idealistas, que hacen un trabajo difícil, en condiciones intolerables, a quienes la magnitud de la tragedia que tratan de aliviar por momentos los abruma. Lo que más los entristece es la indiferencia casi general, en el mundo de donde vienen, el de los países más ricos y poderosos de la Tierra, por la suerte del Congo. Nadie lo dice, pero muchos han llegado, en efecto, en Occidente a la conclusión de que los males del Congo no tienen remedio.

Bulengo fue en 1994 el campamento del Ejército ruandés hutu que invadió el Congo después de perpetrar la matanza de cientos de miles de tutsis en el vecino país. Ahora es el eje de un complejo de 16 campos de desplazados y refugiados que con ayuda de la Unión Europea y de las organizaciones humanitarias da refugio a unas trece mil personas. Éstas pertenecen a diferentes grupos étnicos que conviven aquí sin asperezas. Aunque Bulengo está mucho más asentado y organizado que el de Hewa Bora, la calidad de vida es ínfima. Las chozas y locales, muy precarios, están atestados y por doquier se advierte desnutrición, miseria, suciedad, desánimo. La nota de vida la ponen muchos niños, que juegan, correteándose. Varios de ellos son mutilados. Converso con un chiquillo de unos 10 o 12 años que, pese a tener una sola pierna, salta y brinca con mucha agilidad. Me cuenta que los soldados entraron a su aldea de noche, disparando, y que a él la bala lo alcanzó cuando huía. La herida se le gangrenó por falta de asistencia, y cuando su madre lo llevó a la Asistencia Pública, en Goma, tuvieron que amputársela.

En Bulengo hay 48 familias de pigmeos, que, aparte de las protestas que ya hemos oído en Hewa Bora, aquí se quejan de que la escuela es muy cara: cobran 500 francos congoleños mensuales por alumno. La educación pública es, en teoría, gratuita, pero, como los profesores no reciben salarios, han privatizado la enseñanza, una medida tácitamente aceptada por el Gobierno en todo el país. En muchos lugares son los padres de familia los que mantienen las escuelas -las construyen, las limpian, las protegen y aseguran un salario a los profesores-, pero aquí, en los campos de refugiados, todos son insolventes, de modo que si se ven obligados a pagar por los estudios, sus hijos dejarán de ir a la escuela o ésta se quedará sin maestros.

En el campo hay muchos desertores de las milicias rebeldes. Uno de ellos me cuenta su historia. Fue secuestrado en su pueblo con varios otros jóvenes de su edad cuando los hombres de Laurent Nkunda lo ocuparon. Les dieron instrucción militar, un uniforme y un arma. La disciplina era feroz. Entre los castigos figuraban los latigazos, las mutilaciones de miembros (manos, pies) y, en caso de delación o intento de fuga, la muerte a machetazos. Me confirmó que muchos soldados del Ejército congoleño vendían sus armas a los rebeldes. Se escapó una noche, harto de vivir con tanto miedo, y estuvo una semana en la jungla, alimentándose de yerbas, hasta llegar aquí. En su pueblo, donde era campesino, tenía mujer y cuatro hijos, de los que no ha vuelto a saber nada porque el pueblo ya no existe. Todos los vecinos huyeron o murieron. Le pregunto qué le gustaría hacer en la vida si las cosas mejoraran en el Congo, y me responde, después de cavilar un rato: "No lo sé". No es de extrañar. En Bulango, como en Hewa Bora y en los campos de desplazados de Minova, la actitud más frecuente en quienes están confinados allí, y pasan las horas del día tumbados en la tierra, sin moverse casi por la debilidad o la desesperanza, es la apatía, la pérdida del instinto vital. Ya no esperan nada, vegetan, repitiendo de manera mecánica sus quejas -plásticos, medicinas, agua, escuelas- cuando llegan visitantes, sabiendo muy bien que eso tampoco servirá para nada. Muchísimos de ellos están ya más muertos que vivos y, lo peor, lo saben. Los campos son indispensables, sin duda, pero sólo si funcionan como un tránsito para la reincorporación a la vida activa, con oportunidades y trabajo. Si no, quienes los pueblan están condenados a una existencia atroz, parásita, que los desmoraliza y anula. Y éste es quizás el más terrible espectáculo que ofrece el Congo oriental: el de decenas de miles de hombres y mujeres a los que la violencia y la miseria han reducido poco menos que a la condición de zombies.

III - EL GALIMATÍAS CONGOLEÑO.

Y, sin embargo, se trata de un país muy rico, con minas de zinc, de cobre, de plata, de oro, del ahora codiciado coltán, con un enorme potencial agrícola, ganadero y agroindustrial. ¿Qué le hace falta para aprovechar sus incontables recursos? Cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad. Nada de ello existe ni existirá en el Congo por buen tiempo. Las guerras que lo sacuden han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño. Pero ni siquiera los grupos étnicos constituyen formaciones sólidas, muchos se han dividido y subdividido en facciones, buena parte de las cuales no son más que bandas armadas de forajidos que matan y secuestran para robar.

Muchas minas están ahora en manos de esas bandas, milicias o del propio Ejército del Congo. Los minerales se extraen con trabajo esclavo de prisioneros que no reciben salarios y viven en condiciones inhumanas. Esos minerales vienen a llevárselos traficantes extranjeros, en avionetas y aviones clandestinos. Un funcionario de la ONU que conocí en Goma me aseguró: "Se equivoca si cree que el caos del Congo está en la tierra. Lo que ocurre en el aire es todavía peor". Porque tampoco en las alturas hay ley o reglamento que se respete. Como la mayoría de vuelos son ilegales, el número de accidentes aéreos, el más alto del mundo, es terrorífico: 56 entre julio de 2007 y julio de 2008. Por esa razón ninguna compañía aérea congoleña es admitida en los aeropuertos de Europa.

Como el principal recurso del país, el minero, se lo reparten los traficantes y los militares, el Estado congoleño carece de recursos, y esto generaliza la corrupción. Los funcionarios se valen de toda clase de tráficos para sobrevivir. Militares y policías tienden árboles en los caminos y cobran imaginarios peajes. A Juan Carlos Tomasi, el fotógrafo que nos acompaña, cada vez que saca sus cámaras alguien viene con la mano estirada a cobrarle un fantástico "derecho a la imagen". (Pero él es un experto en estas lides y discute y argumenta sin dejarse chantajear). Para viajar de Kinshasa a Goma debemos, antes de trepar al avión, desfilar por cinco mesas, alineadas una junto a la otra, donde se expenden ¡visas para viajar dentro del país!

No es verdad que la comunidad internacional no haya intervenido en el Congo. La Misión de las Naciones Unidas en el Congo (MONUC) es la más importante operación que haya emprendido nunca la organización internacional. La Fuerza de Paz de la ONU en el Congo cuenta con 17.000 soldados, de un abanico de nacionalidades, y unos 1.500 civiles. Sólo en Goma hay militares de Uruguay, India, África del Sur y Malaui. Visité el campamento del batallón uruguayo y conversé con su jefe, el amable coronel Gaspar Barrabino, y varios oficiales de su Estado Mayor. Todos ellos tenían un conocimiento serio de la enrevesada problemática del país. La inoperancia de que son acusados se debe, en realidad, a las limitaciones, a primera vista incomprensibles, que las propias Naciones Unidas han impuesto a su trabajo.

Las milicias de Laurent Nkunda, luego de capturar Rutshuru, comenzaron a avanzar hacia Goma, donde el Ejército congoleño huyó en desbandada. La población de la capital de Kivu Norte, entonces, enfurecida, fue a apedrear los campamentos de la Fuerza de Paz de la ONU (y, de paso, los locales y vehículos de las organizaciones humanitarias), acusándolos de cruzarse de brazos y de dejar inerme a la población civil ante los milicianos.

Pero el coronel Barrabino me explicó que la Fuerza de Paz, creada en 1999, según prescripciones estrictas del Consejo de Seguridad, está en el Congo para vigilar que se cumplan los acuerdos firmados en Lusaka que ponían fin a las hostilidades entre las distintas fuerzas rivales, y con prohibición expresa de intervenir en lo que se consideran luchas internas congoleñas. Esta disposición condena a las fuerzas militares de la ONU a la impotencia, salvo en el caso de ser atacadas. Sería muy distinto si el mandato recibido por la Fuerza de Paz consistiera en asegurar el cumplimiento de aquellos acuerdos utilizando, en caso extremo, la propia fuerza contra quienes los incumplen. Pero, por razones no del todo incomprensibles, el Consejo de Seguridad ha optado por esta bizantina fórmula, una manera diplomática de no tomar partido en semejante conflicto, un galimatías, en efecto, en el que es difícil, por decir lo menos, establecer claramente a quién asiste la justicia y la razón y a quién no. No tengo la menor simpatía por el rebelde Laurent Nkunda, y probablemente es falso que la razón de ser de su rebeldía sea sólo la defensa de los tutsis congoleños, para quienes los hutus ruandeses, armados y asociados con el Gobierno, constituyen una amenaza potencial. Pero ¿representan las Fuerzas Armadas del presidente Kabila una alternativa más respetable? La gente común y corriente les tiene tanto o más miedo que a las bandas de milicianos y rebeldes, porque los soldados del Gobierno los atracan, violan, secuestran y matan, al igual que las facciones rebeldes y los invasores extranjeros. Tomar partido por cualquiera de estos adversarios es privilegiar una injusticia sobre otra. Y lo mismo se podría decir de casi todas las oposiciones, rivalidades y banderías por las que se entrematan los congoleños. Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: "¡Ah, el horror! ¡El horror!"

IV - LOS POETAS. Y sin embargo, pese a ese entorno, conocí a muchos congoleños que, sin dejarse abatir por circunstancias tan adversas, resistían el horror, como el doctor Tharcisse, en Minova. Placide Clement Mananga, en Boma, que recoge y guarda todos los papeles y documentos viejos que encuentra para que la amnesia histórica no se apodere de su ciudad natal (él sabe que el olvido puede ser una forma de barbarie). O Émile Zola, el director del Museo de Kinshasa, combatiendo contra las termitas para que no devoren el patrimonio etnológico allí reunido. A esta estirpe de congoleños valerosos, que luchan por un Congo civilizado y moderno, pertenecen los Poétes du Renouveau (Poetas de la Renovación), de Lwemba, un distrito popular de Kinshasa. Son cerca de una treintena, una mujer entre ellos, y aunque todos escriben poesía, algunos son también dramaturgos, cuentistas y periodistas.

Además del francés, la colonización belga dejó asimismo a los congoleses la religión católica. En el país hay también protestantes -vi iglesias evangélicas de todas las denominaciones-, musulmanes -en la región oriental- y varias religiones autóctonas, la mayor de las cuales es el kimbanguismo, así llamada por su fundador, Simon Kimbangu, enraizada sobre todo en el Bajo Congo. Pero, pese a la hostilidad que desencadenó contra ella el dictador Mobutu, a quien hizo oposición, la católica parece, de lejos, la más extendida e influyente. Iglesias y centros católicos son los focos principales de la vida cultural del país.

Los Poétes du Renouveau se reúnen en la iglesia de San Agustín, donde tienen una pequeña biblioteca, una imprenta y una amplia sala para recitales y charlas. Publican desde hace algunos años unas ediciones populares de poesía que venden a precio de coste y a veces regalan. Empeñados en que la poesía llegue a todo el mundo, se desplazan a menudo a dar recitales y conferencias literarias por toda la región. Asisto a un interesante encuentro, de varias horas, en el que discuten temas literarios y políticos. El francés que escriben y hablan los congoleños es cálido, cadencioso, demorado y, a ratos, tropical. Haciendo de diablo predicador, provoco una discusión sobre la colonización belga: ¿qué de bueno y de malo dejó? Para mi sorpresa, en lugar de la cerrada (y merecida) condena que esperaba oír, todos los que hablan, menos uno, aunque sin olvidar las terribles crueldades, la explotación y el saqueo de las riquezas, la discriminación y los prejuicios de que fueron víctimas los nativos, hacen análisis moderados, situando todo lo negativo en un contexto de época que, si no excusa los crímenes y excesos, los explica. Uno de ellos afirma: "El colonialismo es una etapa histórica por la que han pasado casi todos los países del mundo". Lo refuta otro, que lanza una durísima requisitoria contra lo ocurrido en el Congo durante el casi siglo y medio de dominio belga. Le responde un joven que se presenta como "teólogo y poeta" con una única pregunta: "¿Y qué hemos hecho nosotros, los congoleños, con nuestro país desde que en 1960 nos independizamos de los belgas?".

domingo, 4 de enero de 2009

Los herederos de Caín

Los padres de Tzipi Livni y Ehud Olmert pertenecieron a Irgún
Israel no debe olvidar su origen terrorista
por Johann Hari*

Mientras las fuerzas israelíes daban muerte a más de 300 civiles y expulsaban de su hogar a medio millón de personas en aras de erradicar el «terrorismo», una pequeña y amarga ironía histórica pasaba inadvertida la semana pasada en Israel.


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Colonos judíos armados protestan y hacen la ley.

Mientras las fuerzas israelíes daban muerte a más de 300 civiles y expulsaban de su hogar a medio millón de personas en aras de erradicar el «terrorismo», una pequeña y amarga ironía histórica pasaba inadvertida la semana pasada en Israel.

Los veteranos de otra organización «terrorista» se reunieron frente a las narices de las fuerzas israelíes, para celebrar la matanza de 91 personas, entre ellas 28 británicos, en un hotel de Jerusalén.

Recordaron con cariño los días en que plantaban bombas que volaron en pedazos a civiles en autobuses, mercados y cafés, introduciendo esas tácticas en el tango de Medio Oriente. Evocaron cuando rodearon a todos los pobladores de una aldea -251 hombres, mujeres y niños- y los mataron a balazos. Incluso celebraron la captura de soldados del bando enemigo a los que mantuvieron en cautiverio durante semanas hasta que finalmente los colgaron.

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Un integrista judío enseñando a los niños israelíes el manejo de armas que serán más tarde utilizadas contra los palestinos. La violencia armada de Israel ha permitido despojar de sus tierras al pueblo palestino.

Y esta organización terrorista, ¿ha sido castigada con un bombardeo de la fuerza aérea israelí? Para nada.

El grupo se llamaba el Irgún, y estaba formado por nacionalistas judíos cuyos hijos ahora forman parte de la elite gobernante israelí. Durante las décadas de 1930 y 1940 plantó bombas por toda Palestina, tomando como blancos tanto a soldados británicos como a civiles palestinos. Tenía dos objetivos: expulsar a los imperialistas británicos y orillar mediante el terror a la población palestina a aceptar incondicionalmente la creación de Israel.

Es dudoso que Ehmud Olmert, el primer ministro israelí que ha declarado la «guerra al terror», llegara a condenar al Irgún. Pasó tres años de su vida en sus campos de adiestramiento, mientras sus padres contrabandeaban armas para la organización. Tzipi Living, la ministra del Exterior a quien muchos consideran la próxima primera ministra, es hija del director de operaciones militares del Irgún y orquestador de matanzas de civiles.

Civiles libaneses en sus viviendas devastadas por una ofensiva israelí en Sidón FOTO Reuters Mientras la guerra en Líbano pasaba al primer plano de atención la semana pasada, los combatientes del Irgún sobrevivientes develaron una placa que marca el 60 aniversario de su decisión de volar el hotel Rey David. Si Olmert, Livni y el público israelí pudieran recordar su propia historia familiar de «terrorismo», serían capaces de ver lo inútiles que son sus actuales campañas militares contra los «terroristas» en Gaza y Líbano.

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El ritual religioso judío. En Israel una gran mayoría de la población es fanática religiosa.

Cuando el pueblo israelí carecía de un Estado, una sección de su población tomó las armas y luchó por tenerlo... a menudo con tácticas terribles. Algunos incluso tuvieron sueños dementes de limpieza étnica. El pueblo palestino está exactamente en la misma situación hoy, alimentada y financiada por Hamas y Hezbollah.

Hace tres veranos conocí, en un frío y austero departamento de Gaza, a un grupo de jóvenes que se adiestraban para ser atacantes suicidas. Mientras hablaba con esos jóvenes marinados en rabia, me estremecía lo conocidas que me sonaban sus palabras. En ese tiempo leía La revuelta, las memorias de Menajem Begin, el comandante del Irgún que llegó a ser primer ministro de Israel por el partido Likud. «La sangre dio vida a nuestra revuelta», escribió. «Sólo cuando estás preparado a enfrentarte al mismo Zeus para llevar el fuego a la humanidad podrás alcanzar la revolución del fuego». Los presuntos asesinos suicidas decían: «Crearemos Palestina a sangre y fuego. Los judíos sólo entienden la sangre y el fuego».

Olmert y Livni necesitan preguntarse cómo habrían respondido sus padres, decididos combatientes terroristas, al bombardeo aéreo que Israel inflige esta semana. Los miembros del Irgún no dejaron de volar civiles árabes en pedazos porque los aplastaran barcos de guerra británicos y helicópteros Apache: se detuvieron porque el mundo les dio un jirón de lo que querían. No todo: ellos querían toda la tierra que se extiende entre el río Jordán y el Mediterráneo, pero transigieron para tener un Estado propio dentro de fronteras más limitadas.

Hamas y Hezbollah no pueden ser silenciados por medios militares. Puede que este año les destruyan su arsenal de cohetes, pero la renovada ferocidad de su odio garantizará que lo reconstruyan el año próximo. No se quedarán observando cómo sus hijos son reducidos a niveles de desnutrición cercanos a los de Africa, como ha ocurrido en Gaza, o mientras la tasa de muerte es de 10 a uno en su contra, como en Líbano.

La única forma de silenciarlos alguna vez será darles algo de lo que quieren, no todo. Los dos han acordado que si se da una solución real de dos estados a lo largo de la frontera de 1967, no volverán a lanzar un disparo hacia Israel. Quieren toda la tierra, limpiada étnicamente de sus enemigos, tal como los padres de Olmert y Livni querían hace 60 años... pero se conformarán con menos.

Sin embargo el gobierno israelí no ha elegido esta ruta de decrecer el conflicto y negociar con el fin de tener dos estados para dos pueblos en el estrecho jirón de tierra que están condenados a compartir. Ha elegido la guerra.

Y por eso, de aquí a 60 años, combatientes libaneses y palestinos se reunirán con orgullo en la ciudad de Gaza y en Beirut para develar placas en honor de los «terroristas» que mataron y murieron combatiendo a Israel esta semana. A este ritmo, mientras Medio Oriente se aleja aún más de la única solución sensata, la ironía histórica se volverá a perder.

 Johann Hari

Dramaturgo y periodista británico muchas veces galardonado.

2006

La estupidez del demonio

No, no tienen cuernos, sólo a algunos les cuelga más el rabo.
Rayando la estupidez...

La píldora anticonceptiva contamina y causa infertilidad, según el diario del Vaticano


Mujeres chilenas se manifiestan contra la distribución de la píldora del día después en centros de salud. AFP

El presidente de la asociación de médicos católicos explica en un artículo que los medios anticonceptivos "violan al menos cinco importantes derechos: el derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la información y a la igualdad"


La píldora anticonceptiva tiene "efectos devastadores para el medio ambiente" y es en parte responsable de "la infertilidad masculina". Esta es la conclusión a la que han llegado varios médicos en un artículo publicado en el diario del Vaticano, L'Osservatore Romano .

La píldora "ha tenido desde hace años efectos devastadores para el medio ambiente al expulsar toneladas de hormonas hacia la naturaleza", por medio de la orina de las mujeres que la toman, afirmó el autor del artículo, el presidente de la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos, Pedro José María Simón Castellvi.

Nos hallamos frente un efecto ecológico claro que exige explicaciones de parte de los fabricantes", remarca Simón Castellví, quien agrega que "son conocidos" otros efectos secundarios de la combinación de estrógenos y progestínicos, entre los que cita el cancerígeno.

Infertilidad

"Tenemos suficientes datos para afirmar que una causa importante de la infertilidad masculina (caracterizada por una bajada constante del número de espermatozoides en el hombre) en Occidente es la contaminación del medio ambiente provocada por la píldora", añade, sin dar más explicaciones.

Funciona en muchos casos "con un verdadero efecto abortivo", aseguran

En su artículo, considera además que el anticonceptivo oral más utilizado en el mundo industrializado, aquel con bajas dosis de estrógenos y progestínicos, funciona en muchos casos "con un verdadero efecto abortivo", dado que puede ayudar a expulsar un pequeño embrión humano.

Este artículo, consagrado a la encíclica del papa Pablo VI Humanae Vitae, que prohibió hace cuarenta años a los católicos el uso de la píldora y del condón, resume un informe publicado recientemente por la Federación de médicos católicos, explica su presidente. "Estamos frente a un efecto antiecológico claro que exige más explicaciones de parte de los fabricantes", subrayó el doctor Castellvi, quien califica la encíclica Humanae Vitae de "profecía científica".

El papa Benedicto XVI reiteró en octubre la condena por parte de la Iglesia católica de la contracepción , con motivo del 40º aniversario de la encíclica Humanae Vitae. Excluir la posibilidad de dar la vida "por medio de una accion tendiente a impedir la procreación significa negar la verdad íntima del amor conyugal", declaró el Papa.

Simón Castellví señala que, en el sexagésimo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, "se puede decir que los medios anticonceptivos violan al menos cinco importantes derechos": el derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la información y a la igualdad entre los sexos, ya que "el peso de los anticonceptivos casi siempre recae sobre la mujer".